Desde pequeña me enseñaron un camino convencional, un rumbo a seguir: estudiar, conseguir un empleo estable, casarme y formar una familia. Me dijeron que antes de los 20 años debería estar en la universidad, graduarme y, eventualmente, a los 40 y si todo iba bien, dirigir mi propia empresa.
Vivir bajo el peso de todas esas expectativas era abrumador. Trabajé arduamente para alcanzarlas, aunque no me sentía plena. Dentro de mí, sentía un vacío enorme que nada podía llenar. Algo me desafiaba a romper ese molde y sentía que mis expectativas eran otras, que no estaban orientadas a seguir esos pasos uno a uno.
Así que decidí tomar un rumbo diferente al emigrar a España hace 20 años. Dejé atrás una vida ya trazada, con un trabajo estable, amigos y familia, para embarcarme en una aventura solitaria, lejos de todo lo que conocía y era cómodo para mí, llena de experiencias, algunas maravillosas y otras menos. Establecí mi vida rodeada de personas maravillosas que se han convertido en mi familia elegida.
Pero a lo largo de este viaje, postergué innumerables metas y objetivos y poco a poco me fui acomodando en una rutina que nuevamente me oprimía, incomodándome y obligándome a replantearme las cosas.
Volver a cambiar de rumbo
Al llegar a los 40, enfrenté esa necesidad de redirigir mi vida nuevamente. En lugar de tener mi propia empresa, decidí emprender un nuevo camino. Esta vez, decidí retomar aquellos objetivos que había dejado de lado, ya sea por necesidad de supervivencia o por haberme acomodado en mi nueva realidad. Decidí formarme en algo que estuviese relacionado con lo que inicialmente había estudiado y que se acoplara a las exigencias de las nuevas tecnologías: elegí estudiar desarrollo web y multiplataforma. Este proceso de reinicio fue un desafío colosal, fue romper de nuevo con toda la comodidad que había adquirido a base de esfuerzo, e incomodarme porque esperaba y deseaba enfrentarme a retos diferentes.
Volver a estudiar me enfrentó a generaciones más jóvenes, siendo la estudiante de mayor edad de mi clase y una de las pocas que trabajaba y estudiaba simultáneamente. Escoger el área de Desarrollo de aplicaciones multiplataforma, que exige un alto nivel de concentración y lógica, me jugó malas pasadas. Luché contra la fatiga, el desánimo y la depresión en momentos en que sentía que mi mente y cuerpo ya no podían más, de lunes a domingo, abrumada entre bucles ‘for’ y ‘while’, algoritmos de programación y objetivos comerciales en mi trabajo. Terminaba cada día después de 14 horas para llegar y seguir estudiando. Exhausta y abrumada, en algunos momentos, luchaba contra mí misma y esa extraña intención de autoboicotearme, procrastinar y decirme que no podía más, que no había nacido para eso, que lo mejor era quedarme tumbada viendo series, en lugar de matarme las neuronas tratando de entender algo que no entendía… Lo mejor era rendirme.
Pero esa parte de mí que se resiste, que sigue creyendo, que emprende a bocajarro cada día como una nueva aventura, me obligó a seguir a pesar de todo lo que se interpusiera en mi paso, incluida mi propia frustración. Es por eso que, a pesar de las dificultades, graduarme por segunda vez, tras 20 años del primero, se convirtió en una de las mayores victorias de mi vida. El orgullo y la alegría de haber superado tantos desafíos fue inmenso, al ver cómo la comprensión de lo que pensaba incomprensible se había abierto para mí, día a día, para permitirme llegar a esa meta. Recibir mi título fue un momento sublime.
Ahora, me enfrento a otro nuevo desafío: abrirme camino en el mundo laboral. Estoy convencida de que nada en esta vida es fruto del azar o del destino. Todo es resultado de la persistencia, el esfuerzo, la dedicación y, sobre todo, el amor por lo que haces, por la vida y por los que están contigo en las buenas y en las malas. Mis expectativas son conseguir incursionar en el mundo laboral y demostrar mi valía, encontrando un equipo del que pueda hacer parte y continuar creciendo.
Con los años he aprendido que no es malo no encajar y que sentirte perdido o sin propósito te lleva a replantearte a ti mismo hacia algo mejor, que sentirte incómodo es un mecanismo de tu cerebro para mostrarte nuevos retos y que debes al menos planteártelos. El mundo es vasto y siempre hay algo o alguien que puede mostrarte un camino. Yo encuentro el mío día a día al desafiarme y redirigir mi vida a continuar creciendo.
Texto Johana. Desarrolladora Full Stack. Voluntaria en Inspiranza.
Imagen: Emma. Diseñadora gráfica. Voluntaria en Inspiranza.